jueves, 10 de enero de 2008

Texto realizado por mi buen amigo y compañero Rafael Aguilera Baena

A Antonio Prieto


Calles Mojadas

Observando la obra de Antonio Prieto el tiempo me devuelve imágenes vividas en la época de los 70. En parte de la misma, se observan las luchas sociales, reivindicaciones, presiones, y parece haber prescindido de hechos acaecidos en esos años.

La obra de Antonio es recia, fuerte, con calidades y texturas. Sabiendo pintar y bebiendo de los clásicos observa la arquitectura de las diferentes épocas o estilos.

Las calles vacías que pinta Antonio se podían comparar con lo que cantaba Víctor Jara en el camino de la fábrica. El enrejado que realiza Antonio en la Puerta de Alcalá en Madrid, en el centro de plaza de azul y cielo en el suelo tergiversan la realidad. El asfalto se convirtió en un firmamento gris rotundo con un entramado de tragedia como sucede en cualquier guerra. El punto rojo a la derecha de la parte superior le hace vibrar a la composición donde casi en tinieblas aparecen amarillos, azules, grises, etc.

Antonio Prieto contrasta lo real con la abstracción, siendo un pintor completo que emula y traga el mundo plástico, absorbiéndolo. Capta la luz de Madrid como si en las alturas, la polución se hubiese matizado de rejillas andaluzas o brocados bordados de mantillas, trasladando su obra al siglo XX el cual le ha tocado vivir.

Abanica el encerado de la parte superior gozando de una exquisita sensibilidad, proyectando luces de atardecer de la villa y corte. Resuelve muy bien el color, y, sobre todo lleva consigo la gran maestría que refleja el dibujo en toda su obra, aunque la deshilvane cuando le conviene. Cuando representa el edificio del monumento de la Puerta de Alcalá, los matices tan plurales y como mojados recuerdan a la obra de Cezanne en su arquitectura. A veces parece haber plantado el edificio en una isla donde el cielo quedaría convertido en una jungla deshabitada. La soledad que representa impresiona por eso. Resalta más en el monumento la parte izquierda superior, y parece que finalizó el incendio con los humos semi-apagados donde el espectador de su obra lo traslada al mundo de los sueños.


Nuestra señora Cibeles

Esta obra desprende magia. Los caminos del fondo nos pueden llevar al infinito. Siendo el 01 en la parte superior derecha en rojo, el que parece simbolizar la suerte; donde los tramos y la yuxtaposición de pintura engrandecen el universo cromático, resuelto genialmente con manos de maestro.
Teje y brinca la pintura entre los grises goyescos en el Madrid del siglo XIX. Los ocres de la parte izquierda superior contrastan con los azules dejados caer de puntillas en la parte derecha, un poco más abajo del centro del cuadro.
Sin dejar de olvidarnos de la obra realizada por Miguel Rasero de Doña Mencía, habiendo viajado por París, Barcelona, Sevilla, etc. Su obra entrama el papel de colores de los periódicos; simbolizando su obra con números, y no dejando de hacer taraceas casi abstractas coincidiendo con el cielo de la Cibeles de Antonio.

El gran pintor Rafael Martínez Díaz, profesor de Isabel Jurado Cabañes y Rafael Aguilera Baena nos decía en sus clases de la Facultad de Madrid que la línea del horizonte debía estar muy alta. Tanto, que casi todo el cuadro tenía que ser paisaje, con poco cielo. Sin embargo Prieto consigue crear una atmósfera parecida pero poniendo la línea de horizonte más baja, pareciendo ser todo un paisaje. El autor otra vez más, juega con la incógnita de que el espectador dialogue con el cuadro y descubra el enigma.

Rafael Martínez Díaz tiene un cuadro en el Museo de Bellas Artes de Sevilla junto a un cuadro pintado por su padre. Son dos lienzos que parece haber consultado Antonio Prieto para manejar muy bien el paisaje trasportándonos a la ambigüedad y la fantasía. El fondo de esta obra me recuerda a las curvas y montajes que realizaba José Luis Verdes.

Parece que Madrid se enamoró de Antonio y lo representa en la estación de Atocha con esas transparencias de vegetación donde uno viaja por las selvas infinitas sin tener que subir al tren. En el primer término la gente está casi deshecha, y como envuelta por la lluvia parece subir las escaleras para refugiarse en el interior de la estación. Es como si Antonio hubiese observado la escena de la película “El acorazado Potenkim”, haciendo un exquisito estudio, y utilizando pinceladas sobrias, elegantes y sueltas, convirtiendo de esta manera las figuras casi en abstracciones, para que el observador a lo lejos las vea realizadas a la perfección.

Tenemos también otra parte de la obra de Antonio que parece emular a Juan Genovés en los años 70; con esos grises mudos y la soledad de esas calles deshabitadas que fueron tan trágicas dentro de la historia de este país, recordando los atentados y dándole un movimiento como si él hubiese estado de testigo en la denuncia social de Genovés, dentro de la sensibilidad que proyecta en su obra.

Cuando Genovés representa más tapias o muros y gente para ser fusilada, consigue atrapar los grises cromáticos de Madrid.

El Fénix de la Gran Vía con el movimiento de sus transparencias parece enamorar a los frescos de la Cúpula que pintara Tiépolo. Antonio resuelve muy bien la arquitectura del edificio, dándole densidad, color; como si fuese los jardines de las Tullerías de París, con la grandiosidad del espacio representado.

No tenemos que olvidar que Prieto mama de la pintura española. Sin olvidar que Monet en el cielo de su famosa catedral de Chartres moderniza su obra. Bebiendo de la pintura de la época con generosidad, sin olvidar en algunos de sus cuadros los últimos términos que Antoñito López le soplara al oído con los secretos del arte.

En el edificio Piaget los cortes ancestrales revolotean por el cielo, que más que madrileño parece parisino. Lleno de grises plateados sacando las puñetas de las vírgenes sevillanas, cuando las luces de las velas les da esa peculiar luz. Sin podernos olvidar del entramado de mapas siendo difícil encontrar el camino.

Parece buscar el señor Prieto el rastro de los cazadores para volver al sur. El suelo con señales de tráfico indica a los vehículos su lugar de rodaje, pero lo realiza tan bello que parece cristal. Como si por momentos el espacio creado disfrutase de la soledad añorada transportándola al siglo XVIII, recordando en esta obra las piscinas de David Honey. Los susurros parecen haber tejido la parte superior del cuadro como si hubiesen pasado las almas del purgatorio salvando sus penas. Los negros de las puertas del edificio invitan a pasar de largo como un atardecer tormentoso. Hay momentos en los cuales Sevilla se hubiese permutado por Madrid. Antonio, pintor de las calles de Madrid posiblemente hiciera que de la calle de Alcalá subieran y bajaran las madrileñas con los famosos nardos y nos embriagase el aroma de la tarde. Las señoritas con los atuendos de Manolas pasean y ofrecen la fortuna del amor. El silencio de un Viernes Santo parece haber tornado a la calle de Sevilla con tres personajes, los dos en la parte inferior izquierda del cuadro y otro a la derecha con algún coche que circula al oscurecer el día, confundiéndose en el paisaje.

El reflejo del Fénix se mira en el fondo del cuadro en la parte superior central, como si se estuviese retocando para el amanecer. El cromatismo del edificio vuelve a funcionar esplendorosamente reflejándose los rosas en la parte derecha de la fachada. En el centro apareciendo un arco, que le da magia a la composición lineal de los edificios junto con la cúpula, recordando la soledad y la sombra de la casa junto al río. Óleo sobre lienzo 60 x 7 de Edward Hopper, donde se inspirase Alfred Hitchcock para la película de “Los Pájaros”.
La diferencia es que Hopper dejó el cielo bien abierto, y Antonio cierra todo el contenido del cuadro diferenciando que éste último no está metido en el movimiento pop, pero sí en la parte romántica de la obra.

En general, los edificios que representa Antonio Prieto emanan una energía propia y alegra el espíritu del que lo ve. Aparte de los diferentes puntos de ambos, lo que ve Antonio le transmite vida, llenándolos de ésta como hiciera Matisse en su obra “La alegría de vivir”; dándole Antonio un misterio y miedo especiales. Ha sabido ver más allá del edificio e interpretar la realidad sin desgajar el mundo plástico, lleno de jeroglíficos habitados por el duende. Hablando cada edificio, personaje u objeto por sí mismos, utilizando el edificio del amigo Prieto y llegando al propio objetivo de la pintura, haciéndose querer o paseándose por la Modernidad.

En el Giraldillo de la Catedral de Sevilla, describió el lugar en el que desde Cezanne la pintura se ha hecho clara. Porque un pintor revela sus procesos, dando muchas veces la impresión de oscurecer la misma porque no estamos acostumbrados a tanta luz. Del exquisito dibujo modelando la escultura y con una síntesis de conocimiento que ha crecido, y con esa simplificación de ocres da una categoría gloriosa a sus obras, recordando las enseñanzas del padre de la pintura.

En el cuadro “Almuerzo de un ciclista” nos encontramos en el recuerdo de “Los comedores de patatas” de Vincent Van Gogh. No con el trazo tan arraigado que daba Vincent, ni con sus pinceladas, pero sí en el mundo interior que ambos pudieran llevar dentro. En “Los jugadores de cartas” de Cezanne parece apearse Antonio con el personaje de la parte izquierda del cuadro, comiendo como si de pronto el alimento se convirtiera en la jugada de Cezanne. También nos recuerda la oscuridad del cuadro del gran maestro de la pintura del siglo XX. Antonio parece seguir el rastro en el paralelismo de parte de este cuadro o emulando el aprendizaje del autor que hemos citado. No podemos olvidarnos de la obra de Francis Bacon, el irlandés que también representó la soledad utilizando esos planos tan simplificados. Y, sin embargo Elisabeth -modelo de Bacon- reparte la tragedia de la humanidad como Prieto ha dejado en silencio y estancada la bicicleta del ciclista, encontrando la oscuridad de la España negra que pintara Solana y que de eso Bacon sabía mucho con sus visitas a Madrid donde finalmente muere.

La obra de Solana representa al pueblo con una materia y cromatismo diferentes. Pero Prieto está abierto a la mirada del maestro José Gutiérrez Solana. Y, sin más, espero que le envuelva el pincel pasando por su segundo cerebro, situado en las muñecas, y que no deje de recoger y atrapar el universo que en sus manos recoge la obra.

“Psicoterapia 2002”. Por cinco euros no hay quien de una clase magistral, donde el enfermo pueda obtener su recuperación. En esta obra hay paralelismos con los hospitales que representó José Gutiérrez Solana, aunque llenos de pinceladas más fuertes, más materia, y emulando la tierra que arrastra a los individuos a deshacerse a si mismos. Recuerdo como en la Galería Abril, el señor Abril, escritor y librero, le monta una exposición a Gutiérrez Solana, siendo clausurada por la censura. Finales de los 60. Tanto Isabel Jurado como Rafael Aguilera pudieron conocer a la señora Pilar Peña que fue testigo de lo que se escribe, ya que era la esposa del señor Abril. En su casa guardaba los mejores cuadros de Solana, encontrándose los blancos casi color de estiércol. Las camas y los enfermos que existían en el antiguo hospital de Santa Isabel frente al depósito de cadáveres hoy conocido como el Museo de Reina Sofía.

Tampoco puedo olvidarme del autor Miguel Pérez Aguilera, quien formó a gran parte de los alumnos del país y en especial de Andalucía. Cuando Antonio refleja en su obra a un hombre vestido de gris con corbata negra y camisa blanca, casi en el centro del cuadro, con una joven de cabello negro en la parte izquierda, vestida de azul, parece existir un paralelismo con Miguel Pérez Aguilera. No es extraño que fuera catedrático de la Universidad de Bellas Artes de Sevilla, donde salieron grandes artistas como Gordillo, como tú, como Pilar, como Carmen Laffón, y tantos más.


Lucena a 7 de enero de 2008

Rafael Aguilera Baena
Doctor en Bellas Artes